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Adolescente enferma pide “dormir para siempre”

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Autor: Miguel Manzanera SJ

Ha causado conmoción en las redes sociales la noticia de que Valentina Maureira, una adolescente enferma de 14 años, ha solicitado en un video a Michelle Bachelet, la presidenta de Chile la eutanasia: “Porque estoy cansada de vivir con esta enfermedad y que ella me puede autorizar la inyección para quedarme dormida para siempre".

Valentina padece fibrosis quística, una enfermedad hereditaria y degenerativa que provoca la acumulación de moco espeso y pegajoso en los pulmones y también en hígado y páncreas. Por el momento es prácticamente incurable, pero hay tratamientos en Canadá para mejorar la expectativa de vida hasta los 48 años.

Mike, el hermano mayor de Valentina, falleció del mismo mal a la edad de 6 años. Valentina podría ser sometida a un transplante, pero los riesgos de la operación incluyen la muerte. Además tendría que esperar a cumplir 15 años y aumentar de peso para soportar la operación. Por el momento no hay órganos compatibles para realizar el transplante.

Permanece internada en el Hospital Clínico de la Universidad Católica de Santiago. El tratamiento tiene un costo diario de 2.000 dólares. Los padres de la menor se enteraron por los medios del video de su hija y comenzaron a recibir llamadas de periodistas y políticos. Su padre ha manifestado que respeta la decisión de su hija. Sin embargo se trata de una menor de edad y obviamente carece de madurez para tomar una decisión irrevocable de ese calibre.

Con este incidente se ha abierto en Chile el debate sobre la legalización de la “eutanasia”. Un portavoz del Gobierno, Álvaro Elizalde, ha señalado que la ley vigente no permite acceder a esa solicitud que implica la eutanasia, pero le proporcionará a Valentina el tratamiento adecuado para mejorar su condición de vida así como el apoyo psicológico y afectivo conveniente. También se supo por las redes sociales que la Presidenta de Chile la visitó y habló con ella por más de una hora, aunque no ha transcendido lo que conversaron.

La enseñanza de la Iglesia Católica, expuesta magistralmente por Juan Pablo II en la Encíclica Evangelio de la Vida, rechaza la eutanasia como una grave violación de la Ley de Dios, en cuanto eliminación deliberada y moralmente inaceptable de una persona humana (EV 65). La Iglesia propugna la muerte natural digna, también denominada “ortotanasia”, que comprende estos aspectos:

A todos los pacientes se les debe proporcionar los cuidados mínimos de hidratación, alimentación e higienización, además de una atención médica para evitar y controlar enfermedades emergentes. También se recomienda proporcionar al paciente los cuidados paliativos para aminorar el dolor, incluyendo en casos extremos la sedación terminal. Los tratamientos deben ser adecuados y proporcionados a la situación del paciente y a la de su familia. Se rechazan el “ensañamiento terapéutico”, también llamado “distanasia”, o sea las intervenciones médicas desproporcionadas o demasiado gravosas para el enfermo o su familia.

El ideal es que los enfermos terminales sean atendidos por sus familiares en sus respectivas casas, dándoles el cariño y el cuidado que se merecen. Cuando esto no es posible es aconsejable su internación en “hospicios”. Se trata de casas especialmente adaptadas para ese fin, donde los pacientes, además de recibir la atención médica adecuada, son cuidados por sus familiares y amistades sin restricción de horarios. Todo esto contribuye a crear un ambiente agradable y amigable.

La Iglesia exhorta a facilitar a los enfermos una atención espiritual adecuada para que en esa etapa crucial de la vida tengan la oportunidad de elevar su corazón a Dios, a la Virgen María y a los Santos y pedirles su protección y la sanación corporal y espiritual. Es muy conveniente que a través de un sacerdote puedan recibir los sacramentos de la confesión, de la unción de los enfermos y de la comunión eucarística.

En esos momentos decisivos de la vida se debe proponer a los pacientes cristianos que contemplen a Jesús como el “Siervo de Dios”, que en la cruz ofreció sus sufrimientos como sacrificio expiatorio por los pecados del mundo (Is 52, 13-53-42). De esa manera los enfermos pueden unirse al Redentor para ofrecer sus dolores y ser así “corredentores” con Él (Col 1,24). De esta manera la enfermedad y la muerte se muestran no simplemente como el término inexorable de la vida terrena, sino también y más propiamente como el paso hacia la vida eterna en el reino de la Justicia, la Fraternidad y la Paz.