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Inicio Publicaciones Columna HLI La desesperanza y el miedo por acoger a los niños.

La desesperanza y el miedo por acoger a los niños.

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Por el Padre Shenan J. Boquet – presidente de Vida Humana Internacional.

Publicado el 21 de octubre del 2024.

 

Desde hace décadas, activistas pró-vida como el fundador de Human Life International, el Padre Paul Marx, han advertido que la verdadera amenaza que enfrenta el mundo no es la superpoblación, sino más bien la subpoblación.

Al hacer esta afirmación, esas voces proféticas iban contra la corriente, por decirlo suavemente. Sus opiniones fueron ahogadas por una cacofonía de voces que proclamaban una catástrofe inminente y apocalíptica si las naciones no concentraban sus recursos en reducir la tasa de natalidad.

Los profetas pró-vida vieron la enorme energía que se estaba invirtiendo en difundir esta propaganda agorera sobre la superpoblación, junto con la inversión masiva en anticoncepción y aborto y la promoción de una nueva ética sexual basada enteramente en conceptos de “libertad” y placer. Sabían que esto eventualmente nos alcanzaría.

Vieron que la inculcación de una mentalidad anti-vida en el corazón mismo de nuestra cultura eventualmente produciría el fruto podrido de una sociedad sin esperanza y, en consecuencia, sin hijos (sin bebés), una cultura que eventualmente tendría dificultades para reproducirse. Los políticos y burócratas que se habían dejado llevar por la histeria de la superpoblación estaban tan concentrados en el aparente problema de superpoblación del momento que no podían concebir la posibilidad de que al tratar de “resolver” este problema, estuvieran, de hecho, creando las condiciones para un problema mucho peor en el futuro.

¡Cómo han cambiado las cosas en los últimos años! Ahora, uno se encuentra con que las mismas publicaciones liberales, políticos y burócratas que proclamaban a viva voz el fin de todas las cosas debido a la superpoblación, están empezando a retorcerse las manos por los numerosos problemas económicos y sociales que plantea la sorprendentemente (para ellos) repentina caída de las tasas de natalidad y el inminente colapso demográfico.

Los esfuerzos por aumentar la tasa de natalidad han fracasado.

 

En todo el mundo desarrollado, numerosas naciones han comenzado a implementar costosos programas sociales diseñados para aumentar la tasa de natalidad. Dichos programas ofrecen todo tipo de incentivos a los matrimonios para que tengan más hijos, incluyendo generosas exenciones impositivas, acceso a préstamos a bajo interés, vehículos subsidiados y pagos en efectivo.

 

Esto ocurre después de décadas durante las cuales muchas de estas mismas naciones invirtieron billones de dólares en anticoncepción y abortos “gratuitos”. Algunas financiaron programas que inundaron sus escuelas con propaganda de superpoblación y educación sexual perversa que enfatizaba la esterilidad en lugar de la importancia del matrimonio y la familia y la conexión entre sexo y procreación.

 

Sin embargo, un artículo reciente y aleccionador en el Wall Street Journal relata cómo estos frenéticos esfuerzos de los gobiernos de las naciones desarrolladas están fracasando.

 

Como comienza el artículo: “Imagínense si tener hijos viniera con más de $150,000 en préstamos baratos, una miniván subsidiada y una exención de por vida del impuesto sobre la renta. ¿La gente tendría más hijos? La respuesta, al parecer, es no”.

 

El artículo continúa señalando que la caída de las tasas de natalidad “afectó a Europa más y más rápido de lo que esperaban los demógrafos”. De hecho, la caída golpeó tan fuerte que la población de Europa ya ha comenzado a disminuir y se espera que se desplome en unos 40 millones de personas para 2050.

 

A nivel político, la respuesta a la caída de las tasas de natalidad ha sido seguir un enfoque similar al utilizado para combatir la superpoblación. Están tratando de usar el poder del Estado para incentivar comportamientos que podrían resolver el nuevo problema. Pero estos esfuerzos, hasta ahora, no han dado el resultado deseado.

 

Como informa el Wall Street Journal:

Europa y otras economías demográficamente desafiadas en Asia, como Corea del Sur y Singapur, han estado luchando contra la marea demográfica con generosos beneficios parentales durante una generación. Sin embargo, la caída de la fertilidad ha persistido entre casi todos los grupos de edad, ingresos y niveles educativos. Quienes tienen muchos hijos a menudo dicen que los tendrían incluso sin los beneficios. Quienes no los tienen, dicen que los beneficios no hacen una diferencia suficiente.

Esto es cierto incluso en aquellos países que han invertido la mayor cantidad de recursos en aumentar la tasa de natalidad. Hungría, por ejemplo, suele presentarse como un caso modelo de nación que se toma en serio la cuestión demográfica y está implementando agresivamente políticas profamilia que hacen que sea atractivo para los matrimonios tener más hijos.

 

Hungría ha gastado anualmente más del 5% de su PIB, más que su gasto militar, en programas para aumentar el tamaño de las familias. Y, sin embargo, a pesar de todo eso, la tasa de natalidad se sitúa actualmente en alrededor de 1,5 hijos nacidos por mujer. Esta tasa es más alta que la de muchas otras naciones europeas, pero está muy por debajo de la tasa de natalidad de reemplazo de 2,1 hijos nacidos por mujer.

 

 

¿Por qué no funcionan los incentivos?

 

Entonces, ¿por qué los programas extremadamente generosos financiados por el gobierno hacen tan poca diferencia en la tasa de natalidad? Después de todo, en las encuestas, un número significativo de matrimonios señalan las dificultades económicas como una de las principales razones por las que dudan en tener más hijos. ¿No debería la reducción de la fricción económica de tener hijos inducir a esos matrimonios a tener más hijos?

 

La respuesta a la pregunta está resumida de una manera sorprendentemente franca por una joven húngara entrevistada para el artículo del WSJ. Orsolya Kocsis, una mujer de 28 años que vive en Budapest dijo al periódico que se da cuenta de que, si ella y su esposo tuvieran dos hijos, podrían comprar inmediatamente una casa más grande, gracias a un generoso programa de préstamos subsidiados por el gobierno.

 

“Si dijéramos que vamos a tener dos hijos, básicamente podríamos comprar una casa nueva mañana”, dijo. “Pero moralmente, no me sentiría bien haber traído una vida a este mundo para comprar una casa”.

 

Aunque tiene razón en que la posibilidad de comprar una casa no es la mejor razón posible para acoger niños, lo que su comentario delata es una convicción subyacente de que acoger niños no es algo bueno ni deseable en sí mismo. El objetivo del programa gubernamental no es facilitar la compra de una casa, sino facilitar la acogida de niños (para lo cual se necesita una casa). ¡Pero ella no quiere hacerlo!

 

El problema puede ser que la suposición de que los matrimonios a menudo quieren acoger niños, pero dudan debido a obstáculos económicos puede ser simplemente errónea.

 

El problema fundamental no es tanto económico como cultural (y, en última instancia, espiritual). Como decía el subtítulo de un artículo reciente en The Week: “El descenso de la fertilidad en Estados Unidos no tiene que ver sólo con el dinero. Tiene que ver con una sociedad a la que no le gustan los niños”.

 

La autora del artículo, una joven madre de un niño enumera una letanía de anécdotas sobre cómo las personas que conoce han expresado una aversión visceral hacia los bebés, a los que parecen considerar simplemente perturbadores y desagradables. El objetivo de su artículo es destacar cómo, como cultura, ya no vemos a los niños como algo normativo y hermoso, sino más bien como una intrusión en nuestro estilo de vida adulto libre y fácil.

 

 

La esperanza combate la subpoblación.

 

Como es tan típico en nuestra conversación pública estos días, toda la discusión sobre las tasas de natalidad se caracteriza por una ausencia flagrante: cualquier tipo de análisis espiritual más profundo. Cuando se trata de algo tan profundamente humano como la paternidad, los análisis que se centran simplemente en medidas externas, como las tendencias económicas o ambientales, van a pasar por alto el punto central.

 

Al leer tantos artículos sobre el invierno demográfico, uno detecta una suposición más profunda, a menudo tácita, a la que se alude más arriba. Muchos matrimonios entrevistados hablarán sobre los desafíos económicos de acoger niños o expresarán sus temores sobre la degradación ambiental del planeta y cómo acoger a un niño podría afectar eso. Pero lo que rápidamente se hace evidente es que, en el fondo, simplemente no quieren acoger niños. ¿Por qué? Porque tienen miedo.

 

En comentarios recientes, el secretario de Estado del Vaticano, el cardenal Pietro Parolin, puso el dedo en la raíz del problema. En respuesta a una pregunta del entrevistador sobre la preocupación del Santo Padre por la baja tasa de natalidad, el cardenal Parolin respondió primero instando a los estados a tomar medidas proactivas y prácticas para aumentar la tasa de natalidad.

 

Pero luego el cardenal Parolin dio un giro a sus comentarios, enfatizando la necesidad urgente de que el enfoque pastoral de la Iglesia inculque la virtud de la esperanza en las personas. “Sin esperanza, sin la profunda convicción de la ayuda de la Providencia en nuestras vidas, sin esta apertura a la ayuda que viene de Dios, cada dificultad, aunque real, parecerá magnificada, y los impulsos egoístas tendrán mayor libertad para imponerse”, señaló.

 

Hay mucha sabiduría contenida en estas breves observaciones. La realidad es que muchos matrimonios claramente no tienen esperanza, en gran parte porque carecen de una visión trascendente para sus vidas. Toda su vida han estado inmersos en los presupuestos fundamentalmente seculares e individualistas de nuestra cultura, hasta el punto de que ni siquiera pueden imaginar que podría haber una alternativa.

 

Para ellos, las relaciones tienen que ver fundamentalmente con la búsqueda de la realización personal y una sensación superficial de felicidad. Además, sin ninguna creencia en un Dios o en la Providencia, suponen que deben planificar sus vidas a la perfección para alcanzar esta felicidad. Deben, en la mayor medida posible, eliminar de sus vidas cualquier atisbo de imprevisto o sorpresa. Ciertamente deben evitar todas las circunstancias que puedan conducir a un sufrimiento inesperado.

 

Por ello, muchos matrimonios simplemente no pueden imaginarse correr el riesgo de tener hijos, de la misma manera que muchos matrimonios ya no pueden atreverse a correr el riesgo de casarse en primer lugar. En ambos casos, les aterroriza lo desconocido. Les aterroriza que, si se encuentran con circunstancias difíciles en el futuro, no tendrán la fuerza para enfrentarlas y superarlas.

 

La esperanza, en última instancia, es una virtud teologal. Pero sin la creencia en un Dios, los matrimonios jóvenes no pueden recibir esta virtud. Su visión carece de la narrativa trascendente que permitió a generaciones tras generaciones de nuestros antepasados ​​aceptar el riesgo como una parte inevitable de la vida, pero vista desde el punto de vista de lo Divino, sólo añade un significado adicional a nuestras vidas. Sí, el sufrimiento puede venir, pero “con Dios todo es posible”. Incluso los peores sufrimientos pueden ser precursores de una nueva resurrección si se los acepta con fe y coraje.

 

Esa es la energía que la cosmovisión religiosa y la gracia de Dios pueden impartir. Pero en nuestra sociedad espiritualmente desprovista, a los matrimonios se les ha robado el acceso a las riquezas espirituales que les darían la esperanza y el coraje para emprender caminos inciertos, incluido el camino más significativo de fundar una nueva familia. Y hasta que se aborden las raíces espirituales de este problema, es muy poco probable que cualquier cantidad de generosos programas de incentivos gubernamentales puedan descongelar nuestro invierno demográfico.

 

 

https://www.hli.org/2024/10/hopelessness-the-fear-of-welcoming-children/

 

 

 

P. SHENAN J. BOQUET

Como presidente de Human Life International, el Padre Shenan J. Boquet es un destacado experto en el movimiento internacional provida y familia, habiendo viajado a casi 90 países en misiones provida durante la última década. El Padre Boquet trabaja con líderes provida y profamilia en 116 organizaciones que se asocian con Vida Humana Internacional para proclamar y promover el Evangelio de la Vida.

 

Lea su biografía completa aquí.

 

 

 

 

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